Posted on 18:13 | By Guajira | In
El trabajo que Mariana del Campo presenta en esta exposición es el resultado de una búsqueda retrospectiva a través de imágenes de su infancia, rescatadas del archivo familiar y re-presentadas por medio de herramientas digitales actuales.
Es una indagación sobre la memoria y su forma que rinde, al sobrepasar el carácter meramente anecdótico de las fotografías originales, cuyo contenido nos es inaccesible, para convertirse en imágenes plenas de elementos significativos que nos permiten relacionarnos con ellas y proponer nuestras propias lecturas.
Mariana sabe que la instantánea nos engaña, haciéndonos creer en la eternidad de los momentos fotografiados, cuando en realidad las fotografías usurpan el sitio de la memoria. No son nunca los momentos, sino sus sombras. Pero en ocasiones (como en ésta) no hay más que sombras con las cuales dar sentido a nuestro pasado y protegernos del olvido.
Por otro lado, son representaciones con una rotunda sensación de contemporaneidad. Cada vez más, los productos artísticos y los de consumo presentan puntos de encuentro, motivos de diálogo. Esta muestra se inscribe francamente en esta estrategia de apropiación de cualidades formales de la comunicación masiva aplicadas a un objeto de arte. No es casual que Mariana combine, en su desempeño profesional, la producción de fotografías propias y el diseño publicitario.
Mariana nos envuelve con una lluvia de signos (como en esa bella imagen azul, metáfora de todas) que se asocian libremente entre sí y cambian de sentido cada momento, al pasar de una imagen a la siguiente. Nos hace transitar lúdicamente en diversos tiempos: el de la toma primaria, el de la selección, el de la producción final, el de la combinación de todos ellos.
Con un trabajo paciente y meticuloso, la autora se deleita en (con)jugar los momentos y confundir las historias; en informar (dar forma) a sus recuerdos y construirse un álbum ficticio que nos invita a reconocernos en él.
Demasiada información acaba por sumergirnos en una parafernalia colorística y atemporal que sólo es real cuando nuestra vista la revive, como ese entrañable álbum familiar que conservamos en casa.
De esta forma, al visitar esta exposición, el espectador y las imágenes podrán, aun sin recordar, volver a vivir.
Alberto Contreras Rojano
Junio 2002

2001

2001
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